Pareciera que la democracia colombiana vive presa de lo "políticamente correcto". Quien se atreve a esgrimir en el debate público argumentos fundamentados en sus creencias religiosas puede ser calificado de antidemocrático, cuando no de retardatario. En el caso de la adopción de menores por parte de parejas homosexuales, la discusión —a la vez álgida y urgente— ha llevado a la reprobación automática de quienes se han manifestado en contra. En este ensayo, Carlos Alonso Lucio ataca el "fundamentalismo laico" y reivindica la posibilidad, estrictamente democrática, de propender por una sociedad basada en valores cristianos.

Mi advertencia radica en otro diagnóstico: el movimiento LGBTI de hoy propaga una ideología que desborda ampliamente los alcances de sus luchas originarias y lo hace afincado en escenarios y ejercicios de poder inimaginables, y si se quiere envidiables, para cualquier auténtica minoría. El despliegue exorbitante que hacen los medios de comunicación de todas sus hazañas, la exaltación de sus líderes y propuestas que encuentran eco en casi todos los gobernantes de occidente, el acceso metódico que han logrado como facción en instituciones nacionales e internacionales, nada tienen que ver con el requisito conceptual de orfandad de poder y vulnerabilidad que deben cumplir las minorías para ser asumidas como verdaderas minorías.